MI ANCIANA MADRE
SE SALVÓ DE MORIR
Walter Montañez
Vargas
Mi madre, Concepción Vargas Menacho |
Mi
señora madre, Concepción Vargas Menacho,
de 81 años estuvo a punto de morir por
causa de un Infarto Cerebral. Recién puedo saber lo que es tener una
angustia profunda cuando un ser querido
se encuentra en peligro mortal. Gracias
al apoyo de mi familia más cercana; los médicos, enfermeras y personal técnico
del 5to.piso del Hospital de Emergencia “José Casimiro Ulloa” y a
Dios, mi anciana madre se salvó de morir. Lo
sucedido con mi progenitora puede servir de lección a muchos para evitar un
desenlace fatal en sus seres más queridos.
LA ODISEA
EMPIEZA ASI.
Sábado 28 de
julio
Mi madre, a las 11.30 a.m. comenzó a perder
equilibrio, quería desvanecerse, mi hijo Walter Antonio que estaba en casa lo
socorrió e inmediatamente lo llevó de emergencia al hospital San José del 1er.
Sector. El médico de turno, viendo el
cuadro crítico que presentaba mi madre por el infarto cerebral solamente
le proporcionó una “pastillita”. No le dio los debidos primeros auxilios básicos como corresponde. Como me manifestó una vecina, él debió
aplicarle inmediatamente una inyección
para atenuar la secuela generada por el infarto mientras se vea como
hospitalizarlo.
La
vecina tuvo a su mamá con el mismo percance de mi madre.
Pero el maldito médico no lo hizo así, solamente recomendó que lo
lleven al hospital Mogrovejo (que esta en Lima), en vez de decirle que lo
trasladen rápidamente al hospital María Auxiliadora, que es el más cercano,
pues el tiempo estaba corriendo aceleradamente, mientras más uno demoraba podía
ser fatal. El desgraciado del médico, hijo de puta, no le hizo mención esa recomendación a mi hijo.
Mi
hijo, regresó a casa para alistarse e ir al hospital Mogrovejo sin ningún
apresuramiento. Me llamó por el celular. Yo estaba en Lima. Teniendo la noticia emprendí raudamente a mi
casa. Cuando llegué ya se encontraba mi
hermana Fanny, mi sobrina Carlita (así lo llamamos de cariño desde
pequeña) y su esposo Abel. Mi mamá estaba en cama, se le veía con un rostro
distinto, no podía hablar. Pensábamos que lo que había sufrido no tenia
consecuencias fatales, que eso era una cosa simple, que le había dado “aire”.
Para salir de las dudas, mi sobrina Carlita
llamó a una amiga que era Doctora. Ella le detalló los
malestares que venía sufriendo su abuelita. La Doctora, le dijo que
inmediatamente vayan al hospital de Mogrovejo, de lo contrario podía suceder
algo fatal, pues el malestar de la abuelita se debe porque el flujo sanguíneo en el cerebro se había
obstruido, por lo que el oxigeno no llegaba como debe ser al cerebro. Escuchando eso, mi familia inmediatamente
salieron corriendo a buscar un taxi.
Eran
las 3 p.m., ya habían pasado 3 horas y media de lo sucedido con mi viejita. Llegó el auto, ella salió
caminando de la casa para embarcarse.
Llegaron al hospital Mogrovejo aproximadamente a las 4.30 p.m., para su
sorpresa de mi familia, que le acompañaban a mi viejita (mi hijo Walter
Antonio, mi hermana Fanny, mi sobrina Carlita
y su esposo Abel), los doctores de ese nosocomio, otros malditos, a
pesar del estado dramático en que se
encontraba mi madre, le negaron
internarla, adujeron “que no presentaba un cuadro crítico como
para internarlo, además no había cama”. Por la insensibilidad del
desgraciado médico mi madre ya estaba perdiendo la vida, las
secuelas del infarto conforme pasaban los minutos se iba recrudeciendo. Estos
médicos de mierda le recomendaron a mi familia
ir al hospital de emergencia “Casimiro Ulloa. Viendo todo esto podemos
decir, que en el Perú la vida de los pobres es de tercer orden. A los gobiernos
de turno solamente les interesa velar la tranquilidad y bienestar de los pudientes.
Al otro, lo deja en manos de Dios, que él se encargue de salvarlos, si quiere.
La desesperación cundió en mi familia. No
sabían que hacer. El tiempo corría inexorablemente con destino a un desenlace
fatal. A mi hijo se le ocurrió llevarla a una
clínica particular, que estaba cerca al hospital Mogrovejo, allí le rechazaron porque no se podía pagar
los altos costos del tratamiento. Nos
dijo, en otras palabras, fuchela,
fuchela, a otro lado con su bulto, aquí solamente se habla de negocios. A mi familia
no le quedó otra alternativa de ir al Hospital “José Casimiro Ulloa” que se encontraba en Miraflores. La distancia
era larga y se corría con el riesgo de que mi madre en el trayecto pudiera fallecer. Emprendieron el viaje a la
de Dios.
Llegaron a las 10 p.m. En el hospital “José Casimiro
Ulloa”, en un principio, el personal administrativo le negó internarlo a mi madre, le dijeron que no
había cama. Mi sobrina Carla por la
desesperación gritó, se alteró, perdió la serenidad. Parece que eso surtió
efecto, pues uno de los doctores se sensibilizó del drama y accedió a que lo
internaran. En ese momento mi mamá se desvaneció, su cuerpo estaba flácido,
parecía que se nos iba, tenía la mirada perdida. La desesperación cundió en la familia. Las horas que habían transcurridos habían
sido fatales para su organismo. Para el internamiento en el hospital le
cobraron a mi familia S/.300.00 a pesar
que mi madre tenía el SIS (Seguro Integral de Salud). Ellos adujeron “que
en este hospital el SIS de mi mamá no funcionaba”. Sin embargo, luego, parece
que el personal administrativo entró en razón y activó el SIS de mi madre, por
ello no nos cobraron por el tratamiento
de los 8 días que estuvo internada en el hospital.
A
mi madre lo internaron en el quinto piso, cama 514. Le pusieron sondas para
proporcionarle la medicina y sus alimentos. La familia se retiró del hospital
después de un agotador trajinar y llegaron a mi casa a las 3 a.m. compungidos.
Yo me había quedado cuidando a mi anciano padre que está con todos los achaques
encima.
Domingo 29 Julio
La
noche anterior no pude dormir, las imágenes de mi madre se me venia
constantemente a la mente, comencé a deprimirme y angustiarme. Tenia la mirada fija, había
perdido reflejo mental. A pesar de eso, como sea, hice el envio del texto que había preparado
días antes: “CUAVES: EL APRA LE GANÓ A LA IZQUIERDA Y AL PROGRESISMO”.
El
domingo en la mañana, mi hijo, Walter Antonio, comenzó a repartirnos tareas en
la familia, mi hermana Fanny se encargaría
de cocinar y cuidar a mi anciano padre, mi persona tenía que ir todos
los días al hospital para comprar los remedios y velar por la salud de mi
madre. Walter Antonio iba ser quien proporcionaría el dinero para comprar las
medicinas que faltara. Terminado el reparto de las tareas, con mi hijo salimos de la casa a las
10 a.m. rumbo al hospital, tomamos un taxi para llegar lo más pronto posible.
Llegamos a las 11 a.m. Lo primero que hizo mi hijo es ir a la ventanilla a recoger
la receta de la internada (mi mamá), compramos la medicina ( no todo lo cubría
el SIS), y él fue el primero en entrar
al hospital llevando los medicamentos. A
mí, el vigilante me detuvo, solamente
podía entrar en ese momento una persona. A la hora, Walter Antonio me dio el encuentro, le veía con el rostro
descompuesto, caminamos cuadras y cuadras (no lo hacíamos desde hace muchos
años atrás juntos) conversando sobre la salud de la mamita, y él de un momento a otro me dice “padre,
si tienes que decirle algo a la mamita dilo ahora”. Esa palabra me sonó
que mi viejita se me iba ir para
siempre. En ese momento lloré como un niño,
mi hijo me abrazó y me consoló. Luego, le dije que debemos de ser
positivo, mi viejita va vivir ( le repetí
tres veces).
Llegó
la hora de la visita (era de 2 a 4 p.m.).
Ahí recién pude entrar. Subimos al quinto piso, cama 514. Llegamos allí,
Walter Antonio fue el primero en entrar a la sala donde se encontraba mi mamá. Yo
le vi de lejos a mi madre, estaba postrada, no me atreví acudir donde ella,
pues mi hijo me había hecho la advertencia que no llorara delante de ella
porque eso le podía deprimir. Dos veces intenté entrar a la sala y dos veces
salí de ella corriendo, ya que el llanto
me ganaba. Después de calmarme entré, le vi directamente, estaba semiinconsciente,
me miró con mucha dificultad y se le
cayeron las lagrimas. En ese momento, me contuve de soltarme en llanto. Le
hable al oído, le dije que le quería muchísimo y que tenía que seguir viviendo y
ver a su nieto Walter Antonio
casarse. Le mencioné también que mi papá
esta bien y que por fin ya hizo sus deposiciones para que le hagan el análisis
de heces (mi viejo sufre de estreñimiento agudo, por causa de ello, dos veces
se postergó la cita en el Seguro
Social). Ella solamente escuchaba, no
hablaba por la secuela del Infarto Cerebral. Únicamente podía mover apenas uno de los dedos
de la mano izquierda, el resto del cuerpo estaba paralizado. Yo estaba
consternado. Saliendo de la sala, dado que la hora de la visita había
terminado, me solté de nuevo en llanto.
Salimos del hospital y nos fuimos a casa,
tomamos el micro, los dos nos sentamos en un mismo asiento, en el trayecto
apenas intercambiamos unas cuantas palabras, estábamos demasiado apesadumbrados.
Llegamos a la casa, ahí se encontraba mi anciano padre con mi hermana. Me
preguntó por su señora, no le dije el cuadro crítico con que se encontraba mi
madre. Le mentí, para que mi viejo no se
ponga triste. Le dije que está bien y que pronto va salir. Esa noche no pude
dormir, si lo hice, fue apenas tres
horas, me pasé la noche pensando en
ella, y de vez en cuando, se me caían las lágrimas.
Lunes 30 julio
Amaneció
el día, estaba ojeroso. Mi hijo se alistaba para salir a trabajar, mi anciano
padre seguía durmiendo. Yo, como habíamos
acordado con mi hijo, tenía que ver por mi mamá. Tenía que dejar de trabajar,
como mi trabajo es independiente, no había problema. A las 10 a.m. llegó mi
hermana Fanny, ella vive en la tablada de Lurín, Villa María del Triunfo, para quedarse a cuidar a mi viejo. Ni bien
llegó mi hermana salí de casa rumbo a ver a mi madre. Llegué al hospital a las
11.30 a.m., me acerqué con miedo a la ventanilla para recabar la receta. Pensaba
que me iban a decir que no hay receta porque tu mamá falleció anoche.
Felizmente no fue así, me alcanzaron la receta. Con ella me volvió la calma.
Compré los medicamentos y entré al hospital para entregarle a la enfermera
encargada. Aproveché que estaba dentro del hospital para ver un ratito a mi
madre. Le vi de lejos. Estaba prohibido quedarme junto a ella, pues no era la
hora de visita.
Llegó
la hora de visita, subí raudamente a ver a mi progenitora, estaba calmado. Le
vi con una levísima mejoría con respecto al día anterior, eso me dio alegría.
Luego, llegó mi hijo Walter Antonio y mi sobrina Carlita. La visita de mi hijo
era breve, pues estaba en hora de trabajo.
Mi sobrina se acercó donde su
abuelita y le comenzó a limpiar sus labios, por la sequedad se le había formado
un sedimento. A las 3.30 p. m. pasó la enfermera por la sala y nos comunicó que
era la hora del “Reporte Médico”. Allí, el doctor nos informaba el diagnóstico
de la enfermedad del paciente y su evolución. El doctor me dijo que mi madre
había sufrido un infarto cerebral porque la presión arterial le había subido
como consecuencia de una neumonía. Le pregunté al médico: mi madre, ¿Se va
salvar? Él me contestó “que por su edad,
no le puedo decir sí, su situación es muy delicada”. Con esa respuesta el Dr. puso en duda la recuperación de mi
mamá. La pequeña alegría que tenía anteriormente se me desvaneció. Me entró de nuevo la preocupación.
A
las 4 p.m. el vigilante nos invitó a salir, la hora de la visita había
terminado. Llegué a mi casa a las 5.30 p.m.,
mi hermana se estaba alistando para salir a su domicilio. Nos relevamos
en el cuidado de mi anciano padre. Mi hijo llegó a las 8 p.m., le informé sobre
lo que el médico me manifestó sobre la situación de su abuelita. En la noche no tenía ganas de hacer nada,
estaba ensimismado. Entraba a internet, pero no me podía concentrar en la lectura. El Facebook, donde escribía
casi todos los días, se puede
decir, lo postergué hasta nuevo aviso.
Martes 31 de
julio
La
rutina fue la misma del día anterior, siempre estaba con zozobra cuando llegaba
a la ventanilla para recabar la receta. Luego, llegué al lecho de mi madre, lo vi dormida, me
acerqué, le di un beso en la frente y ella se despertó y suspiró. Le hablé al
oído de cosas bonitas, le hacia recordar los hechos gratos sucedidos en casa. Las “chapas” que tenia
ella, mi hijo le llamaba “La Bolita”
(por lo gordita que era), mi hija
Verónica le decía “La Bebe”. A propósito, mi hija no fue a visitarla porque se
encontraba con una fuerte gripe, temíamos que lo contagiara. Yo le llamaba, a
mi mamá, de vez en cuando, “mi viejita".
A
eso de las 3 p.m. llegó mi hermana
Hortensia (hermana por parte de papá), preocupada por ella, llegó con su
uniforme de trabajo. Ella, a pesar que no es su mamá, lo trata como si lo fuera. Mi hermana recibió
llamadas de su esposo Abraham y de mi sobrina Damaris (que está en España). El
celular lo puso en la oreja de mi viejita para que escuchara los saludos.
Seguro que eso le habrá alegrado a mi madre.
Al poco rato llegó mi cuñado Alberto, esposo de mi hermana Fanny. Me
dejó S/. 50 soles como un gesto de solidaridad para los gastos de madre.
¡Gracias cuñado!
Después
de la visita a mi madre llego a mi casa. A
eso de las 8 p.m. sonó el teléfono. Cada vez que timbraba el teléfono
por las noches se me escarapelaba el
cuerpo, pues temía que me podían comunicar una noticia fatal del hospital.
Justo la llamada era del hospital, en ese momento se me hizo un nudo en la
garganta, pensé que le llegó la hora a
mi vieja. Contesté tembloroso el fono. La operadora me comunicó “que
me acercara urgentemente al hospital”. Cuando me dijo eso me puse muy nervioso. Luego, continuó diciendo: “tiene
que firmar el examen Tomográfico que se le va hacer al paciente”. Esa
palabra hizo que volviera en si.
Después
de la llamada fui raudamente al
hospital, en ella me alcanzaron una hoja para firmarlo, pero previamente tenia
que responder (marcar con aspa) algunas preguntas para que le hagan el examen
Tomográfico. El examen era especial, pues se iba usar una sustancia llamado “Contraste Iodado”.
Sobre esto, le pregunté a la enfermera de turno. Ella, por la tareas que
estaba haciendo, me explicó a groso modo (por no decir al paso). A la enfermera le
dije si el documento firmado podría
traerlo mañana, quería consultar
con mi familia. Ella accedió. Estando en casa le alcance el documento a mi
hijo, él indagó por Internet. En el
indicaba que el examen tomográfico con el “Contraste Iodado” podía ser fatal,
de lo contrario podría traer secuelas
funestas. En un principio mi hijo me dijo que no firmara, no podíamos arriesgar
la vida de la mamita y que debía buscarse otras alternativas.
Miércoles 1 de agosto
Enterado
de lo fatal que podía ser la nueva
tomografía a tomarla, anteriormente se hizo pero sin la sustancia iodizada, me deprimí aún más. La
lectura anterior de libros de automotivación de nada me sirvió. Llegué al hospital, pasé por la ventanilla a
recoger la receta y comprar los medicamentos, luego subí al quinto piso. Justo
antes de llegar a la mesa de atención de ese piso me di cuenta que no tenía mi
libro en la mano, en ella estaba el
documento que me solicitaban. El libro, por la preocupación, lo había olvidado en la combi que me había traslado al
hospital. A la enfermera le solicité de nuevo el mencionado documento, no me
alcanzaron inmediatamente, me pusieron peros. Felizmente una señorita que cumplía
su internado en medicina en el hospital me ayudó en conseguirlo.
Teniendo
el documento, antes de firmarlo, le
solicité más información a la enfermera
de turno. En ese momento llegó mi
sobrina Carlita, ella también intervino para reforzar mi pedido, pues no podía así
nomas arriesgarse una vida. Ante nuestra insistencia, la técnica (auxiliares en
enfermería) Melba, una morena alta, se alteró, nos alzó la voz, no tuvo la
paciencia en explicarnos, pues, según ella, no tenía tiempo. Mi sobrina no se
quedó atrás y le puso en su sitio (dentro de mí apoyé la reacción de mi
sobrina). Después me pedí “disculpas” con la
enfermera
por la actuación de mi sobrina, pues de repente ella, en represalia, podría tratarle mal a madre.
Después
del incidente, seguíamos en la incertidumbre,
no sabíamos que hacer, firmarlo o no.
Más luego, se nos acercó una señorita, Rosario Cárdenas, que cumplía su
internado de medicina en el hospital. Ella nos explicó detalladamente, con
mucha paciencia, los pro y contra de la Tomografía con la sustancia “Contraste Iodados”. Nos dijo “que una consecuencia fatal es mínima,
y que con ese examen se podría hacer
mejor el diagnostico y así acelerar la
recuperación del paciente. Esa explicación nos dio confianza, ello nos
permitió firmarlo. ¡Gracias, por la atención Srta. Cárdenas, Ud. Seguro que va ser una doctora muy humanitaria! Luego, la enfermera Carmen Cisneros, entre
otras, del hospital, quien es muy abnegada y paciente en su labor, me
comunicó que esta misma noche le iban
hacer dicho examen Tomográfico. Esa
noche era determinante, bien mi madre se salvaba o nos dejaba para siempre.
Jueves
2 de agosto
Ese
día amanecí muy nervioso, ojeroso. Haciendo la misma rutina llegué al hospital
como todos los días. Esta vez era un día especial, pues, como manifesté, el
nuevo examen Tomográfico podía ser fatal para mi madre, o no. Estando en el quinto piso, me acerqué
tembloroso a la enfermera para preguntarle sobre resultado del examen. Ella me
manifestó que mi madre pasó la
prueba y que no hay ninguna
complicación. La respuesta me volvió el
aliento y di un suspiro profundo, me dije a mi mismo ¡Ye, mi madre esta viva,
esta viva! Inmediatamente, llamé a mis familiares sobre el acontecimiento, que
la mamita había pasado el examen
sin
ningún percance. Dentro de mí había una gran
alegría.
Pasé
a la sala donde se encontraba mi
progenitora. Entré con una sonrisa a flor de piel. Le di su acostumbrado besito en la frente. Y
le manifesté la buena noticia, que había pasado el examen
sin ninguna novedad. Ella me contestó con gemidos: “Ah, ah, ah…” (Dando su aprobación). Mi madre no podía hablar.
Viernes 3 de agosto
Esa
noche dormí como nunca, me encontraba
más tranquilo, pues estaba seguro que mi madre ya no se nos iba ir de
nuestro lado. Llegué al hospital. Hice lo de costumbre. En la hora de la visita
llegaron mis sobrinas: Yesenia,
Jaqueline y Carla, y mi
prima Bertha con su cuñada que traía
el mensaje de Ernesto, hijo de Benedicta Menacho (sobrina de mi madre).
Sábado 4 de agosto
Mi
onomástico. Como pasan los años, un año más de vida, que es pasajera y fugaz.
Con todas las vicisitudes que he tenido a lo largo de mi existencia doy gracias
por estar todavía con vida en compañía de mis seres más queridos. Volviendo a
lo de mi madre, que es el personaje principal. Salí, como de costumbre de la
casa, ahora ya más tranquilo, mi mente
estaba despejada. Una manera de demostrarlo es que empecé la noche anterior a escribir algo por
Facebook, al cual, anteriormente, lo hacia casi a diario. Llegué al
hospital, me acerqué a la ventanilla para recabar la receta, el encargado me
manifestó que no había receta, eso no me alarmó, me dije
interiormente, seguro que la enfermera
del 5to piso no llevó la receta a la ventanilla. Bueno, fui
al encuentro de mi madre.
A
las 3.30 p.m., como todos los días, pasé
a la sala “reporte médico”. Me atendió, el Dr. Edmundo López Velázquez, como
siempre, muy amable y con una paciencia
que muy pocos médicos lo poseen, me manifestó que mi madre estaba de alta, que
ya se encontraba aliviada y podía irse a casa.
Debo decir, las veces que iba a la sala de “reporte médico”, el Dr. no
se irritaba , como otros, cuando le hacia preguntas y repreguntas sobre la salud de mi madre. ¡Gracias Doctor
López!, si los médicos del Perú fueran
como usted, seguro que la atención en los hospitales se humanizaría.
Para
hacerle presente que a mi madre le dieron de alta llamé inmediatamente a mi casa, a eso de las 4
p.m., con el fin de que vengan a ayudarme. Mi hijo me contestó que
inmediatamente se iba a trasladar allí, además, me comunicó, para mi total sorpresa, que toda
la familia estaban reunidos. Me dije a mi mismo, “no creo que estén presentes por
mi santo. Porque nunca acostumbro a festejarlo”. Entonces, ¿Quién
los convocó a toda mi familia para que estén presentes justo el día en que a mi
madre le dan de alta en el hospital? ¡Qué
extraño! Bueno, dejemos a un lado el
“misterio”. La familia, ese día, enterada de la venida de la mamita,
inmediatamente acordaron hacer un cuarto especial para su recuperación. La sala
de la casa lo dividieron con triplay. Todos pusieron la mano en la tarea.
A
las 6 p.m. salió mi madre del hospital “José Casimiro Ulloa”. Antes de ello me
despedí del personal, que se encontraban, en ese momento, en el 5to piso, que
atendió a mi señora madre. Un hospital, si lo comparamos con otros, en términos
generales, es superior a los demás. Lo
que me llamó más la atención, en ese nosocomio, es la limpieza y la dedicación
(amor) en el trabajo del personal
médico, salvo algunas excepciones; además, las cosas que dejaba para la higiene de mi madre (
Frasco de Listerine, frasco de Champú,
frasco de alcohol, pañales descartables, etc) no se perdían. Volviendo a lo de mi madre. Lo sacamos con
mucho esfuerzo, pues ella no podía todavía contenerse de pie. Tomamos un taxi y
nos fuimos a casa. Nos recibió la familia alborozada, estaban: Mi hermana Fanny y Hortensia; mi
cuñado Alberto y Abraham; mis sobrinos: Carla,
Jaqueline, Yesenía, Edson, Betsabe; los esposos de mis sobrinas: Abel,
Daniel, y mi primito Danilo y mis otros primitos (hijos de mi sobrina Ibet). Lo sacamos del taxi con mucha dificultad, y
lo llevamos a su nuevo dormitorio. En ella, todos los presentes tomaron la
palabra dándole la bienvenida. Mi madre, postrada, solamente miraba. Quien habló primero fue mi cuñado Abraham, a quien se le cayeron
las lágrimas al ver la situación de mi madre. Él le dio aliento para su pronta
recuperación. Y por ser mi cumpleaños me cantaron mi Japi Verdi. Mi hermana
Hortensia me compró una torta. ¡Gracias hermana!
Regresando
al “misterio”. Realmente, lo que sucedió
ese día es inexplicable, reciben a mi viejita toda la familia sin saber que ese
día iba llegar a casa. Después, justo el día de mi cumpleaños el hospital le da
de alta a mi madre. Eso para mí fue el mejor regalo de mi vida. Luego, todita
mi familia, algo que nunca ha pasado, me
cantan el Japi Verdi. Lo sucedido
¿será cosas del destino? ¿Será cosa de Dios? ¿Qué será? Yo creo en Dios, pero, con el respeto de los
demás, creo en un Dios tangible que
emite energías, el Universo, la madre naturaleza. Lo que importa es la Fe.
Bien dice una máxima “La fe mueve
montañas”.
Finalmente,
mi anciana madre, en este momento, sábado 11 de agosto, después de una semana
de haber salido del hospital “José Casimiro Ulloa”, continúa con su tratamiento en el hospital de
Solidaridad de Villa El Salvador. Ella todavía se encuentra postrada en cama,
alimentándose y recibiendo su medicamento mediante sonda. La mejoría es
apenas un 5 %
más
de lo que salió del hospital. Me dicen que el proceso para su
recuperación
es largo. Y que al final siempre va quedar alguna secuela. Espero que no.
Termino diciendo
Casi
la mayoría del personal médico (médicos,
enfermeras y técnicas de enfermería) de los diferentes centros hospitalarios
son insensibles ante el drama humano. No
les interesa la vida de las personas. No puede ser posible, aduciendo que no
hay cama, no le hayan socorrido inmediatamente
a mi anciana madre a pesar que se
encontraba en una situación deplorable. Pueda ser que, en ese momento, no
hubiera cama, entonces, el hospital
debería de buscar una solución y no dejar a su suerte a las personas que acuden
internarse con urgencia a un nosocomio, pues su vida está en riesgo.
El
personal médico, debería indagar en que hospital hay una cama (eso es fácil de
hacerlo a través de los medios informáticos)
y trasladar al paciente inmediatamente
en una ambulancia. Se que, esto, en nuestro país es como pedir
“peras
al olmo”. Lo mencionado anteriormente, solamente se puede dar en una sociedad solidaría, donde la vida y el bienestar del ser humano
está en primer orden. Mientras tanto, tendremos que seguir sufriendo la
indolencia y el maltrato tanto del
gobierno central, que le interesa un bledo aumentar el presupuesto del sector
salud, como del personal médico que no tiene amor a su profesión.
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